PROXIMA 20 / Editorial


A veces me siento como Jotabé Corbell, el personaje de Larry Niven en Un mundo fuera del tiempo. Me da la sensación de que los humanos, otrora pujantes y prometedores niños de la Tierra, siguen siendo niños, pero ahora en el peor de los sentidos: irresponsables, indolentes, crueles sin razón, viviendo vidas sin sentido todavía aferrados a fantasías infantiles, a necesidades insatisfechas de la primera infancia.
Una parte de la población de nuestro planeta hogar —el mundo desarrollado, rico, tecnificado— envejece. Tienen cada vez menos nacimientos y, mientras se extiende la expectativa de vida, la sociedad se abandona a la autoindulgencia, a la desesperación por la eterna juventud y a la enajenación de la hiperconectividad, tener en la virtualidad cientos de amigos para no tener, en la realidad, ningún vínculo verdadero. Al mismo tiempo, la otra parte de la población planetaria, la gran mayoría que vive en un mundo diferente —más pobre, donde rige la sobrevivencia, donde la desigualdad, la exclusión, la falta de oportunidades y la insistencia para el consumo fomentan el crimen y la violencia— crece exponencialmente. Como las villas miseria, como los basurales de los que muchos de ellos se alimentan; amenazan con devorar el planeta entero.
En el cuento Mercado de invierno, William Gibson dice: “Rubin, en un sentido que nadie entiende del todo, es un maestro, un profesor, lo que los japoneses llaman un sensei. De lo que es maestro, en verdad, es de la basura, de trastos, de desechos, del mar de objetos abandonados sobre el que flota nuestro siglo. Gomi no sensei. Maestro de la basura. (...) Rubin es como un niño; también vale mucho dinero en galerías de Tokio y París”.
Hay cierto índice que usa la generación de basura como medida de desarrollo y sofisticación de una cultura, y la tecnología se ha vuelto para la humanidad como el exoesqueleto que usa Lise, otro de los personajes de ese cuento: se nos mete en la carne, nos lastima, pero ya no podemos movernos sin ella. Es como esos sueños que empaca y vende Casey: disponible para todo aquel que pueda pagar por ellos. Sin embargo, en verdad, el Gran Sueño es encontrar en la tecnología el modo de vivir para siempre, de seguir jugando para siempre, en una infancia sin fin.
“¿Dónde termina el gomi y empieza el mundo?” Parece un mar infinito de juguetes abandonados. Des-hechos. Lo que sobró, pero también lo que se desperdicia, y el utensilio, lo útil, que dejó de serlo. Lo efímero y la obsolencia programada. Y Rubin hace arte con eso.   
Heidegger en El origen de la obra de arte, para definir qué es una obra de arte, empieza por hacer una aproximación etimológica a las palabras “origen”, “arte”, “obra”, diferencia lo útil de lo inútil, y define la obra de arte como lo útil transfigurado y transfigurador, como medio que permite el diálogo entre el artista y el espectador, hermenéutica que transforma a los dos mediante una experiencia completa que involucra percepción, razón y emoción; la obra de arte como un sitio de apertura hacia el ser.
Quizás la única esperanza de la humanidad está en poder hacer eso.
Quizás nuestra única oportunidad de hacernos adultos está en ver.
Y no se trata del sueño vano de “Oh, si pudiéramos dejar todo esto atrás, como al capullo de la crisálida... Nacer otra vez, dejando atrás todos nuestros pecados y nuestros errores. Renacer como seres nuevos. Ser en nuestra esencia los mismos, pero purificados, listos para la etapa definitiva: Imago, el insecto adulto...” Se trata de renacer, sí, a una nueva y verdadera primavera, pero comprometidos fuertemente con la tarea, y no hay otro modo de crecer más que descubrir qué nos limita, qué nos ata al pasado. Seguro no ha de ser una tarea fácil, ni limpia, ni bonita. Pero no puedo creer, simplemente me niego a aceptar que estemos condenados al fracaso, a repetir perversamente una y otra vez las mismas situaciones, una escena que no podemos abandonar. Sé que está en nosotros, codificada en nuestro ADN, oculta en nuestro inconsciente, la llave para salir a construir una realidad mejor.
Empecemos de una vez.

Laura Ponce

* la imagen es "Los brotes de Tankro", de Grendel Bellarousse

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